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viernes, 28 de diciembre de 2012

Domingo

(Por Mara Ester)

   El campo reluce con todo su esplendor. El sol en lo alto da de pleno sobre el mismo. Más allá a la distancia el ruido del agua que baja rauda en busca de más amplitud, rompe el silencio profundo de este hermoso domingo. 
   Me voy acercando al agua, llego, levanto mi amplio vestido y sacándome el calzado entro al agua, que a pesar del calor, está fresca. Di unos pasos, y así, muy de a poco, muy lentamente, casi diría sin que yo misma pudiera percibirlo, dejé que el agua se llevara esa parte dolorosa, ese lado que escondo de mí misma, ese lado de tristeza que no deseo reconocer 
   Miro hacia las orillas, el exuberante color de las flores y el agua que acaricia mi piel van llevando el desasosiego de mi cuerpo.
http://www.musasenelbalcon.blogspot.com   Por un instante cierro los ojos, traigo a mi mente el recuerdo de un bello arco iris, me inundo de luz pura, voy relajándome. Quiero que mi corazón se llene de bondad y de paz. Extiendo mis brazos hacia el sol, vuelvo a cerrar los ojos. Y un momento mágico me domina. 
   De pronto siento sus manos recorrer mi cuerpo y ellas me llevan hacia la orilla, me dejo conducir, sin abrir los ojos.
   Su perfume hace apurar mis sentidos. Sus manos están ahora sobre mis hombros, suaves, me van sacando el vestido, me besa los labios, el cuello. Ahora lo siento en mi cabello, saca mi hebilla y los suelta, estos caen sobre mi cuerpo ya desnudo. Vibro con cada roce, con cada beso, con cada caricia de su voz, gimo, entre temblores que me dominan. 
   Está acá conmigo, por fin ha llegado, me acuesta sobre el pasto verde, con plena conciencia me abro para recibirlo, para sentirlo en mi interior, sus manos grandes dominantes, apuran las caricias y su boca busca la mía, goloso. Nuestros deseos se unen, se entrelazan como nuestros cuerpos. Una y otra vez la danza del amor vuelve a empezar, me amoldo, me ciño a sus deseos, húmeda, cálida. 
   Enloquecidos, jadeantes, llegamos hasta lo insospechado y finalmente los dos al unísono, gemimos, sacando todo este deseo acrecentado por la larga separación y la distancia. Sin abrir los ojos que permanecieron cerrados durante este hermoso momento, descanso, con la espalda apoyada en el fresco y oloroso pasto. Lo escucho a mi lado. Me duele abrir los ojos, estirar la mano, pero debo hacerlo. 
   La extiendo despacio mientras abro los ojos. El dolor regresa a mi. Me hundo en la profundidad más oscura. 
   Todo esto fue hermoso, vívido, casi intangible. Me incorporo, mis lágrimas se agolpan en mis ojos. La soledad vuelve a instalarse en mi alma, en mi corazón. 
   Estoy sola, sola y él, allá lejos en su casa.



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