Salí a buscarlo a Dios. Y fue sorpresa
hallarlo dentro de mí mismo,
repantigado en mis ideas,
sereno y pensativo.
“Perdóname -le dije-
si llego tarde para estar contigo
y si hoy no fui a tu casa
como es deber de los domingos.
Pero es que afuera -sabes?-
el mundo que tú hiciste es un prodigio
y me atrapó con tanta maravilla.
El cielo brilla con celeste brillo,
la tierra canta su gozosa
maternidad de trigos,
el aire lleva cálidos perfumes,
las ramas sueltan musicales trinos.
Y se oye la armonía del espacio,
la risa de los niños.
Y todo, todo es un hosanna,
un aleluya, un majestuoso himno
de amor, de paz, de vida, de belleza
que abarca el infinito...”
Dios me miró sonriendo
desde los propios pensamientos míos.
Luego su voz se pronunció tranquila:
“De qué te exculpas, Hijo?
Yo nunca dije Esta es mi casa
y aquí vendréis a verme los domingos”.
Porque yo estoy en todo tiempo
y en todo sitio.
Y soy la luz, la vida, la alegría
que tú has oído y visto.
Si caminaste el día oyendo
y viendo y comprendiendo, yo te digo
que hoy en verdad tu corazón estuvo
hablando con el mío”.
Mario R. Vecchioli
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